18 de noviembre de 2017

A un niño somalí

(Foto de la red)


La piel seca como la tierra seca.
La tierra seca  es el único abrazo
de tu madre desde su tumba,
es tu  hogar aún en la miseria.

Quieres llorar para beberte tus lágrimas,
pero  no sabes ya,  no puedes.
Ya no produces  lágrimas que alivien
con  engañosa sal  la sed de vida.
Los  huesos frágiles y  pronunciados de  tu cuerpo
aseguran  el triunfo en pocas horas de la muerte.

Y  en la distancia, a muchos kilómetros de ti,
un  niño malcriado le arroja impertinente
la comida a su madre y llora
lágrimas de cocodrilo.

Morirás sin verlo, por fortuna.

¿ Qué puñalada sentirías si pudieras observar
el derroche que vive al otro lado de la Tierra?

¿Abrirías la boca tanto como pudieras
intentando ser canasta de ese bocado
que desprecian los que no tienen conciencia?

¿ Lograrías esa lágrima perdida
que ansías cada día en tu plegaria?
No. Morirías de dolor, probablemente.

Del dolor que punza el alma al descubrirse
invisible  para los otros;
del  dolor de ver unos ojos helados
y ciegos por voluntad propia
que dicen sin palabras:

“Mejor así.  Que mueras invisible.
Al otro lado, no necesitamos
sufrir el sinsabor de tu agonía”


( Poemario: " No es lugar éste para vivirlo")